domingo, 3 de agosto de 2014

Ensayo sobre la tristeza.


"La tristeza siempre merece un beso".

Es curioso que por fin me anime a escribir hoy sobre la tristeza. Curiosamente un día en el que me siento alegre. Alegre al azar, sin motivo, como sintiendo un pequeño fulgor interno de algo llamado vida. Así, sin más y siendo tanto.

Hay dos posturas enfrentadas a la hora de hablar de la tristeza: por un lado, la tristeza es algo de lo que huyen las personas por naturaleza, instintivamente, pero cuando esa huida es premeditada parece ser condición ineludible de las personas más simples. De igual modo, por otro, es como si las personas con una inclinación más artística, creativa o con un alto interés por la cultura llegaran a encumbrarla hasta cotas de intelectualismo estético, convirtiéndola en un ente sobrevalorado.

Evitar la tristeza es humano, evidentemente, pero huir de ella es un acto de miedo que dice muy poco de las personas que lo llevan a cabo. Las personas que la afrontan y no escapan de ella son las que tienen más vida por delante, más hambre por vivir cosas. Los remedios naturales para luchar contra ella muchas veces están dentro de nosotros mismos. El primero, por no decir el único, es no tomarse a uno mismo demasiado en serio. Tristeza en modo alguno es sinónimo de pesimismo, al contrario, soy de los que apuesta a que la tristeza sonriente le ganará la partida a la pena y a la amargura. Eso sí, es necesario evitar que la tristeza se convierta en una postura cómoda de desintegración paulatina soportable.

Es un sentimiento difícilmente controlable, pero sí bastante tendente a ser ocultado o mostrado en la intimidad más reducida de uno mismo. No obstante, considero que las personas que no ocultan la tristeza son más bonitas en su conjunto. Esa posibilidad de camuflarla me hace pensar que su némesis, la alegría, posee un poder más invencible al escapar con más facilidad de cualquier mecanismo de control. En cualquier caso, la relación entre ambas facetas es ineludible; tanto es así que, en muchas ocasiones, la tristeza es la resaca de haber conocido la felicidad, al igual que la tristeza es patrimonio exclusivo de quien conoce la alegría. Felicidad, ése sí que es un concepto abstracto, colosal o ridículo dependiendo de en qué boca se escuche. Desde luego, hay tristezas con el suficiente aplomo, entereza y coherencia capaces de reírse de muchas felicidades ajenas convencionales, insustanciales e inconscientes. También considero, por ejemplo, que el cansancio o el aburrimiento son manifestaciones mucho más nocivas que la tristeza. De cualquier forma, tanto la expresión de la alegría como de la tristeza dicen mucho más de una persona que lo que pueda hablar sobre ellas. Realmente, resultan fascinantes los cauces subterráneos de tristeza y de alegría que nos guían intuitivamente hasta el corazón de una persona.

Uno aprende a llevarse bien con su tristeza y aprende, además, a descubrirla en los demás. Hacerse mayor es reconocer la tristeza que oculta un rostro. La tristeza aprende a instalarse en nuestras vidas y es hasta un elemento de interacción social: hay relaciones basadas en compartir la tristeza sin saberlo, en una complicidad fiel con ella. Esa consciencia de uno mismo, de los demás y de nuestro lugar en el mundo, que no es otra cosa que adquirir conocimiento, sí genera tristeza, una nostalgia permanente que nos hace dudar y cuestionarnos cada día.

A veces, se transforma en la personificación de algo vicario siendo la manifestación de echar de menos a aquel o a aquello que nos la provoca. Siempre tiene la costumbre de entrar de puntillas y sin llamar, al igual que, por el contrario, la alegría se marcha sin despedirse. Las cosas que menos me gustan que se hagan con la tristeza son la de avergonzarse de ella y la de utilizarla como excusa para odiar a todo el mundo.

La lucidez acompasada de la tristeza es el filtro que purifica la vida que llevamos, tratada e interiorizada por nosotros, es transformada en otros estados afines. La nostalgia y la melancolía son sus manifestaciones vehementes, algo así como la marea baja del océano inmenso y heterogéneo que es. Convertir la tristeza en amargura y no en belleza es de personas poco deseables. De hecho, la frontera que separa la tristeza de la belleza es un territorio en el que más de una vez he deseado transitar en un sueño eterno.

Hay tristezas minúsculas, pequeños detalles y destellos de nuestro trascurrir. En mi caso, un buen ejemplo es la tristeza extrañamente reconfortante que me surge cada vez que termino un libro y me despido en silencio de aquello que se lleva de mí -sí, el también nos ha leído-. Otra de su manifestaciones cotidianas es descubrir que hay una especial tristeza al pensar que toda vivencia algún día será un recuerdo. Encontrar tiene esa tristeza inexplicable y súbita del que deja de buscar. Otra práctica que me sume en ella particularmente es ver fotos del pasado. Siempre me ha parecido un ejercicio de tristeza mal disimulada.

Otras veces, por el contrario, son manifestaciones muy dolorosas. De todas, la que más daño me hizo conocer fue la que produce recordar la voz de una persona querida que ha fallecido. Son estas manifestaciones agudas y en modo alguno vivificantes las que realmente dejan más petrificado a quien las recibe que los ojos de Medusa. La tristeza inmoviliza, pero aporta un reposo a la mirada que permite desnudar el esqueleto de las cosas con impresionante precisión. La tristeza más demoledora es la de perder las ganas de vivir, la ilusión y el reflejo de lo que vendrá, mirar hacia delante en el calendario y no encontrar ni una sola fecha que ansíes ver llegar.

Pero de todo, por lo que brindo hoy, mañana y siempre es por convertir la tristeza propia en la sonrisa ajena, todo un aroma de esperanza para seguir día a día aprendiendo a convivir con ella.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Ensayo sobre la música.


"Sin música, la vida sería un error." (Friedrich Nietzsche).

Si hay algo en este mundo que nunca abandonaré, o una deuda que no podré pagar, ésa será con la música. La certeza de su compañía es la única que aseguro a mi lado hasta mi propia muerte. Hoy quiero dedicarle unas palabras a un arte que, por muy alejado de los paradigmas psicológicos pudiera sonar, me resulta una necesidad en toda regla para seguir viviendo. Bajo mi punto de vista, la música es el arte más superior porque su capacidad de emoción y evocación la concretan las percepciones del receptor en grado máximo. Sin ella, la existencia sería puro esbozo.

La música es la extensión de la vida que no vives, tiene el asombroso poder de hacerte creer ser quien no eres. La música es a los recuerdos lo que la ilusión a la vida. Hablar de música, para quien la ama sobre todas las cosas, es algo inevitable; es más, no me cabe duda de que las personas que recurren a conversaciones sobre ella, me son del todo adictivas. Sin importar géneros, preferencias o cualquier otra consideración al respecto, amar la música te hace cómplice de aquellos que la sienten y padecen igual; es como si compartiésemos un inmenso mismo corazón, por supuesto, con todas las diferencias y matices propios de la escucha de cada cual. No cabe duda de que la música es el lenguaje universal de las emociones; una arquitectura perfecta sobre la cual elevarlas al infinito. La música perfila sensaciones que ni el propio razonamiento humano alcanza a describir con un mínimo de destreza. Es, en definitiva, lo más bonito que puede pasarnos.

Para sus fieles amantes, la única forma verdadera de escuchar y de sentir la música es hacerlo como un fin en sí mismo, nunca como acompañamiento de otra actividad; además, la música más especial se reserva para escucharla en soledad siempre. En ese colectivo innumerable que la requiere casi constantemente, existe una conectividad tal que nos hace palpables a distancia, tendiendo puentes que unen distancias infranqueables; su vehículo de traslación, eventualmente omnipotente, nos acerca a nuestros semejantes y nos convierte, a su vez, en el propio territorio cambiante de su tránsito. Somos su hábitat y ella el fenómeno atmosférico voluntario que termina por darle una apariencia propia.

Para los que así la entendemos, no basta el tópico de que la música es la banda sonora de nuestras vidas; al revés: nuestra vida es la banda sonora de ella.Vivir sin música es la mayor abominación humana que alguien pueda cometer, es morir con más convicción. Trascurrir día a día, aceptar sinsabores, la incomprensión que nos rodea, es el ruido de nuestra existencia que se vence cuando irrumpe valiente. Pareciera como si no estuviera en nuestra propia mano el sentir algo tan especial por ella, como si, realmente, debiéramos sentirnos privilegiados por el hecho de que sea la música la que nos ame a nosotros, nos embellezca y, en definitiva, nos elija. Nos sentimos usados por ella y nos gusta. Resulta milagroso que, con todos los tumbos, giros e imprevistos que protagonizamos, sea esencialmente su amparo el que nos siga entendiendo. Atiende cuidadosamente mientras fluye en nuestros oídos siendo, en no pocas ocasiones, la respuesta a todas las preguntas. Sin embargo, cabe indicar que, a pesar de alojarnos en su seno, irónicamente, le sobramos todos.

La música es lo más cercano a la magia que ha creado el ser humano. Como diría un mago, nunca llega pronto o tarde, siempre llega en el momento adecuado; su muestra de fidelidad no conoce límite y su poder sanador se me antoja inagotable. En ocasiones, la música hace por nosotros aquello que los demás ni saben, ni pueden. A través de la nostalgia y de la melancolía, encuentra una de sus líneas de fuga predilectas: revivir cualquier tipo de sensación desaparecida a través de la música, es un ejercicio de dulce masoquismo. Seguros a su salvaguarda, es el único refugio inexpugnable; un refugio que, en ocasiones, puede ser compartido: recuerdo cuando no hacía falta más que otro par de ojos a mi lado mirando el techo en silencio mientras su sonido lo inundaba todo.

La música, a través de su evocador sentido, nos engaña y nosotros nos dejamos; por sí misma no cambia nada, es la mentira afable a través de la cual hacer fluir nuestras emociones deseando, anhelando o cauterizando el sufrimiento. La música, ciertamente, no arregla nada; pero, al menos, embellece todo lo que está estropeado, empezando por nosotros mismos. Es incapaz de conseguir imposibles, pero, sin embargo, nada tiene un poder transformador de tu mundo más efímero y absoluto a la vez que escuchar música.

Su distorsión consentida de la que hablamos, también puede ser utilizada como arma arrojadiza perfecta, para maniatar un corazón o para sugestionar una mente; también para torturarlos y someterlos a la filigrana de su juicio. También sabe jugar con las variables espacio-temporales, tiene la capacidad de jugar con el tiempo y el espacio, alejando lo cercano y acercando lo lejano.

Su celebración está plena de rituales: desde el más inmediato de elegirla para un determinado momento, pasando por el de imaginar la vida de las personas a través de la música que aman o por el de escuchar los propios secretos que guardamos, hasta llegar al de conocer nueva música. Indagar en su inabarcable universo, sigue siendo una de las tareas que más ennoblece y emociona nuestras almas desgastadas por el paso del tiempo. En ese sentido, es como si existiera un compromiso vitalicio con ella, una unión indisoluble con la música que te invade.

Cabe hablar de puntos negros. Como todo lo imprescindible para aquellas almas afines a su encanto, debe existir -al igual que en el resto de disciplinas artísticas- "música" susceptible de interesar y cubrir las necesidades de aquellos que, por mucho que se empeñen en afirmarlo a los cuatro vientos, jamás entenderán su trascendencia y naturaleza celestial. Esos que catalogan a la música como entretenimiento, también entran aquí. A ellos van dirigidos artefactos que podríamos catalogar sin más como insultos a la inteligencia humana. Exagerando, si se me permite, su consumo va destinado a seres que no cumplen los requisitos mínimos para ser considerados personas. Otros perdidos en su océano, son aquellos que se limitan a catalogar la música como buena o mala exclusivamente por su género; en este caso, es obvio: no tienen idea de lo que hablan ni les gusta lo suficiente.

No demoremos más su llegada, emprendamos una jornada más del viaje a través de nuestro medio de teletransporte predilecto; un viaje que no conoce fin, que no requiere ni billete, ni destino. Y si en el trayecto olvidaste dónde fueron esos pedazos de ti, la música te los devolverá mientras suene. Tampoco olvides detenerte mínimamente ante su postal más sugerente: la de la marea subiendo en tus propios ojos.

A su abrigo, el mundo se congela para observar con detenimiento la majestuosidad de su desmoronamiento.

viernes, 2 de mayo de 2014

La huida

Para A.F.

Ayer, una voz nonagenaria me agarró la mano diciendo "me voy". Apenas fue un susurro, un hilo de voz hueco y apagado; y, sin embargo, sonaba tan rotundo y directo como la más alta de las exclamaciones.

Su tacto era terso y cálido. Una mano huesuda, temblorosa, invadida por un laberinto de venas azules hinchadas, que, muy al contrario de lo que pudiera parecer, se aferraba a la vida plena de lucidez.

Ojalá yo muchas veces hubiera tenido tan claro que me iba, aunque no supiera dónde. Ojalá otras voces hubieran podido anunciar su marcha sin negarme su destino, fuera el que fuese.

Lo que quería transmitirme, era la celebración pacífica de una marcha sin retorno, con consciencia y placidez, exenta de resignación, latente de naturalidad manifiesta.

Un ritual universal y cotidiano, una postrera salida a ninguna parte; reposada, cerrada y sensata.

Mis ojos eran la respuesta a su afirmación. Tristes, como siempre, pero acompañados de una sonrisa cómplice, cálida, sincera y receptiva.

Un último gesto antes de partir hacia la última estación, allí donde no existe casualidad ni fortuna.

jueves, 24 de abril de 2014

Nacho Vegas: Resituación


(Escrito originariamente para Muzikalia)

A lo largo de su trayectoria, Nacho Vegas ha ido mutando poco a poco a través de cambios que, manteniendo su esencia, iban resituando -nunca mejor dicho- su perspectiva y su discurso musical a través del cual manifestarla.

En el plano estrictamente formal, las canciones se han ido desprendiendo de espesor brumoso para ir ganando en sencillez templada. Esto se hizo del todo evidente con La zona sucia (11). Con Resituación (14), hay una cierta vuelta atrás. Algunos temas suenan más armados, pero en cualquier caso, parece claro que un regreso al manierismo de Cajas de música difíciles de parar (03), o a más recientes ejercicios de catarsis coyuntural como El manifiesto desastre (08) (leer aquí su importancia para el que escribe), se antojan harto improbables. Y esto no es que sea bueno o malo en sí mismo, dependerá de las preferencias de cada cual, más bien hablo de algo evidente.

En el plano lírico, por otra parte, el nuevo trabajo del asturiano presenta un notable estado de forma. Tras una aparente sencillez, las letras sugieren formidablemente; detrás de cada verso elegido con precisión e inteligencia, hay múltiples destellos sutiles a descubrir a cada escucha. Me gusta pensar en Resituación como uno de esos discos de libreto en mano, leyendo una y otra vez sus letras, captando los detalles que se escapan y apreciando el recorrido de cada palabra.

El infierno y el cielo personales, sus paseos por ambos estados, si bien desde el principio fueron universales y proyectados con una intención integradora, donde cada cual los transitara a su antojo, se vertebran más que nunca a través de un discurso colectivo interdependiente con el que hacer frente común a la adversidad política, económica y social que nos golpea duro cada día.

Un buen ejemplo de estos aspectos fue el adelanto de "Actores poco memorables", un tema que describe distintos personajes reconocibles dentro del contexto arisco y desagradecido con todos en el que vivimos, tratados con acidez, condescendencia y compasión. La canción suena con cuerpo y sus apuntes son certeros e inteligentes. Una canción inagotable y con autonomía.

Regresa, a las formas de su ya lejano Actos Inexplicables (01), un tema instrumental para abrir el disco -que ya presentó en su ciclo de conciertos dedicado al cineasta Mike Leigh-, "Indefensos", sonando frágil, grave y emocionante. Sus bellos arreglos viran finalmente hacia una apuntada distorsión, indicador de que algo está cambiando y que ya es del todo insostenible.

Tan insostenible como, con otro registro, suena "Polvorado" (Polvo somos, lo sabemos, y en pólvora nos convertiremos), con un uso de coros y tempo animado que recuerda la costumbre reciente de Nacho de contar lo más terrible de una forma ligera y directa, recurso que nos descolocaba al principio, pero al que actualmente ya estamos inevitablemente acostumbrados. A través de exotismo tropical con "Libertaria song" y de intimismo -rebajado de amenaza, una vez más, con el uso de coros- con "Runrún" (Eres un gato observando el horror, hay quien te mira y se frota las manos. Los otros evitan la conversación y hay algunos que se tiran desde el balcón), también lo hace. Es como si el gijonés, cuanto más sacara el estilete para diseccionar con la pluma a una sociedad podrida, menos trascendencia grave quisiera dar a esas canciones en el plano musical.

Ante un mundo globalizado, disperso y terriblemente anónimo, Resituación es también un disco de personajes y de entornos concretos, locales y con enjundia. Para empezar, el geográfico, con Gijón como personaje colectivo que levanta sus brazos malheridos para reconstruirse a través de la denuncia de sus miserias fruto de la reconversión industrial, de la nostalgia cauterizadora y de la toma de conciencia común.

"Ciudad vampira", inspirada en el "Devil town" del imprescindible imaginario de Daniel Johnston, es el retrato de una ciudad triste, pero con los mimbres necesarios para salir de la desolación y repararla a través de dicha toma de conciencia colectiva. Gijón surge también con la inevitable nostalgia de la bonita "Luz de agosto en Gijón", la canción más íntima y emocionante de este trabajo, una especie de interludio más personal en un disco donde el nosotros está más presente que nunca.

Dos artistas norteños son reivindicados desde la admiración y el cariño en dos de las mejores canciones del lote; la cantautora Lorena Álvarez, en "Rapaza de San Antolín" una bonita postal costumbrista, descrita con providencial viveza: uno parece estar al lado de Nachín dispuesto a verla actuar embriagado por cada sentido.

Y, por otro lado, Adolfo P. Suárez, autor de la portada de su anterior largo, en "Adolfo suicide", musculado corte moderadamente desbocado que narra una existencia en los límites del peligro, del autoengaño y del resto de recursos que uno emplea para encontrarse a sí mismo.

Cerrando el minutaje, tenemos, por un lado, "Un día usted morirá", también de mis preferidas, brutal retrato del egoísmo y desinterés más despreciables (Hay una niña judía dibujando sobre un misil corazones enlazados que más tarde estallarán cerca de allí, llevándose por delante a una madre y a su bebé. No se apuren, no eran de los nuestros, todo sigue yendo bien), tema animado y rítmico, ensuciado con precisión por apuntes distorsionados

Por otro lado, y curiosamente, el disco termina con uno de sus acostumbrados ejercicios narrativos de antaño, "La vida manca", un viaje onírico en el que se dan cita los desahucios, la policía, la guardia civil y hasta el cadáver de Miguel Bosé en una piscina observado por Víctor y Ana. Jugosa en lo lírico y desorientadora en lo musical, personalmente, no la hubiera elegido como cierre.

Concluir que Resituación es un paso más en la carrera de Nacho Vegas que destila, ante todo, heterogeneidad, compromiso y necesidad.

"Runrún" de pólvora a punto de prender.

domingo, 13 de abril de 2014

Resituándonos con Nacho Vegas.



(Publicada originariamente para Muzikalia).

Con Nacho Vegas, no se entrevista a un músico, se habla con una persona. Y es que, en estos tiempos convulsos y deshumanizados, no existe mayor virtud que ser persona.

Con motivo de la publicación de Resituación (14), tuve la suerte de compartir cervezas y conversación con el asturiano, una charla que fluyó en torno a la consciencia personal y a la conciencia colectiva, eje que vertebra el difícil equilibrio entre el yo-individuo y el yo-mundo.

Tus seguidores estábamos acostumbrados a ver nuevo material tuyo prácticamente cada año; desde la publicación de Cómo hacer crac en 2011, no teníamos nada nuevo. ¿A qué se ha debido este mayor lapso de tiempo hasta llegar a Resituación (14)?.

Es verdad, yo también lo pensé mucho y no me lo habían preguntado hasta ahora. Tiene que ver con que, después de la gira de La zona Sucia (11) y de Cómo hacer crac (11), habíamos tocado más que nunca y eso me agotó un poco. Me quise tomar un tiempo, no sé, tuve mi momento de crisis. Empezaba a ponerme nervioso en los conciertos, a no disfrutarlos. Encima, estar de gira te impide hacer canciones nuevas, al menos a mí. Paradójicamente, cuanto mejor te va, es cuanto menos tiempo tienes para hacer material nuevo. Decidí parar. Enseguida empezaron a surgir después, pero sí que tuve un poco de miedo de decir "no voy a hacer más canciones".

Tras algunas escuchas de Resituación, la palabra que me viene a la cabeza para definirlo es necesario, sobre todo en estos tiempos de expolio por parte de los distintos poderes en cuyas manos estamos. ¿Piensas que existe una deuda en los artistas independientes de los 90´s de influencia anglosajona, quizá algo más alejados de la realidad en su momento, que provoca denunciar esta situación o es algo que surge desde dentro?

Una cosa no quita la otra. La urgencia de la realidad es mucha ahora, pero en los 90´s también existía, no se vivía precisamente de puta madre. Quizá no había esa necesidad tan perentoria. Han pasado los suficientes años para poder verlo con perspectiva y cierta autocrítica. No tanto por haber mirado hacia otro lado, en ese momento ya me sentía muy próximo al colectivo Ladinamo, una especie de oasis en Madrid, ahora hay mucho más movimiento colectivo; pero sí por haber perdido la oportunidad de haber creado una escena que fuera una alternativa de verdad al mainstream con una colaboración entre los distintos sellos, promotores, etc. Esas batallas todavía las vivimos ahora y es una pena. En la música hay que cambiar muchísimo y tomar como ejemplo otros movimientos sociales.

El adelanto al disco, "Actores poco memorables", presenta una serie de estereotipos que se dan cita en esta gran farsa social: el conservadurismo rancio, los "progres" que viven bien, el servilismo, etc. Más allá de los grandes responsables de esta precariedad en la que andamos metidos a todos los niveles, ¿existe una parte de culpa en todos nosotros por esta situación alcanzada?

Hay una parte, pero no: en realidad hay un discurso hegemónico que lo que quiere hacer que creamos es que la responsabilidad es exclusivamente individual. Igual que el mérito de lograr algo, cuando en realidad para conseguir llegar a hacer cosas, hace falta siempre un colectivo.

El compromiso social hace años era visto por determinados colectivos cercanos a la música independiente como algo rancio, algo que devino en mero hedonismo. ¿Esto es algo que está cambiando?

El discurso de la transición nos vendió mucho el buen rollo y la modernidad mientras se reprimían fuertemente los conflictos laborales en los 80´s, existía una destrucción completa de tejido social, privatizaciones, etc. Y así hasta hoy. Mientras, se vendía que todo iba bien con distintos discursos: el buen rollo primero, la meritocracia después y, finalmente, con el "somos clase media". Cuestionar todo esto desde la música era visto como algo tabú. Afortunadamente, esto está cambiando, pero bueno, a mí me siguen acusando de panfletario ahora.

Al hilo de todo esto, pareciera como si no existiese la conciencia de clase, como si fuera algo desfasado, mientras muchos trataron de convertirse en los nuevos ricos.

Realmente, hubo un triunfo de la ética individualista fruto del capitalismo más salvaje que desmovilizara a la gente y que la hiciera perder esa conciencia de clase, que hablar de la lucha de clases fuera visto como un discurso de la vieja izquierda. Se inculcaba el poder aspirar a ser una clase media que no dejaba de estar instalada en el precariado y en las peores condiciones de clase trabajadora por mucho que presumiera de tener un determinado puesto. Y esto desmoviliza mucho. Ahora, tras haberse caído esto por su propio peso también, con todos los nuevos movimientos sociales, se está deslegitimando y dejando patente que la lucha de clases está más vigente que nunca y que la desigualdad ha crecido enormemente.

"Indefensos", el tema instrumental que abre tu nuevo trabajo a las formas de Actos Inexplicables (01), me hace pensar en la violencia, yo diría hasta explícita, que ejercen sobre nosotros políticos, banqueros y demás clase dominante. ¿Cómo se puede luchar contra ella?

Pues precisamente siendo conscientes de nuestra vulnerabilidad y de que si creemos que todo lo podemos hacer por nosotros mismos, vamos a estar más indefensos que nunca. Hay que tomar conciencia de lo común y auto-organizarnos luchando de esa manera. Somos seres interdependientes y, sin embargo, nos vendieron mucho eso de la autosuficiencia y que, de adultos, hay que buscar la independencia y ser libre, pero al final, estos conceptos perversos de libertad lo que hacen es encadenarnos mucho más.

Resituación es un disco con unas señas de identidad muy claras, muy adscrito a lo que es Gijón. El enclave geográfico en tus obras es evidente. ¿Podrías hacerme un paralelismo entre Madrid y Gijón, bajo mi punto de vista las ciudades más recurrentes en tu obra, diciendo qué cosas te aporta cada una y lo que cada una significa para tu obra?

Es una pregunta bastante difícil ésta. La ciudad está muy presente siempre. Y esas dos, más. Cada una con una visión muy diferente. En Gijón ocurrió algo que marcó mucho a mi generación. La gente de mi edad se tuvo que ir de Asturias. Quedamos cuatro porque no había trabajo. Eso provoco un vacío que impidió crear una escena cultural en una ciudad que tenía todo para tenerla. De esto hablo en "Ciudad vampira", de una ciudad triste que se puede reparar, pero en la que se ha creado mucho daño por efectos de la reconversión industrial de los 80´s. Para mí Gijón está expresada en esa ciudad. Y lo que ocurre en ella, sé que pasa en muchas ciudades parecidas. Paralelamente a esto, pude estar mucho en Madrid donde ocurría justo lo contrario, una especie de Torre de Babel donde se juntó gente que venía de provincias, gente desplazada de su sitio, huérfanos en una ciudad extraña donde buscarse una comunidad que le permitiera tener una raíz. Madrid siempre ha significado la oportunidad para mí que no podías tener en ciudades pequeñas como Gijón de hacer cosas en común alzando la voz.

Siguiendo con esas señas de identidad locales, en Resituación hay dos canciones dedicadas a artistas asturianos, por un lado "Rapaza de San Antolín" dedicada a la cantautora Lorena Álvarez y "Adolfo Suicide" dedicada a Adolfo P. Suárez. Cuéntame un poco cómo surgen ambas.

Bueno, son dos canciones de admiración, incluso la de Adolfo una canción de amor en cierto sentido. En ambos casos, tanto lo que hacen como su personalidad, son fascinantes. Son canciones con protagonistas muy claros, éste es un disco de personajes perdidos en su propia soledad, de muchos claroscuros, estas canciones son el contrapunto, la hipérbole de todo eso, los actores más memorables sin lugar a dudas.

Recuerdo haber leído de ti en una entrevista hace muchos años que eras una persona bastante mitómana con el mundo del rock, pero de una forma sarcástica, hasta llegar a ser desmitificadora. También me gusta la forma en que desmitificas tu figura, de la imagen que se crea desde fuera, como diciendo, "pero qué os pensáis los demás, si soy uno más".

Sí, sí, es un poco eso. Cuando empecé a hacer música se hablaba ya del malditismo y me parecía todo un poco absurdo y ridículo porque todos los malditos han sido siempre estrellas que vendían mucho. Te reías de ello un poco. Y aparte, me gusta mucho el rock y la literatura del rock, pero sus protagonistas siempre se te caen a lo mínimo que lees sobre ellos. Todo es bastante cutre y truculento, y eso precisamente es lo guay, porque si te crees de verdad todo esto, es muy peligroso, la mitificación y el excesivo culto a la personalidad, es uno de los mayores enemigos de la música que hay porque dejas de hacer cosas interesantes en cuanto levantas los pies de la tierra. Y esto es algo que no se critica lo bastante en el rock porque a todos nos gusta leer estas cosas truculentas.

La forma en que introduces el humor en la tragedia, frente a la solemnidad que otros profesan, me interesa mucho. Pienso que, detrás de una sonrisa, ocurren las cosas más terribles a veces.

Sí, el humor es una herramienta poderosa con la que enfrentarnos a las cosas más dramáticas. Pero también se puede utilizar de una forma más reaccionaria para esconderte de ellas y con una distancia que te permita ser cínico; y eso es un error en lo que otras generaciones cayeron abusando de este tipo de recursos. Pero yo lo utilizo de otra forma, claro.

Otra variable en tus canciones es la aparición de la soledad. Es un tema que me llama la atención. ¿De qué forma te marca la soledad al componer? Y, por otro lado, ¿qué faceta de la soledad te obsesiona más, la reconfortante y necesaria o la acechante?

La reconfortante es necesaria para todos a veces. En inglés se tiene "solitude" y "loneliness", en asturiano también existe esta distinción, aunque no se utiliza mucho; la primera sería un poco la elegida, y la otra la que implica desamparo. Ésa de no tener donde agarrarse y sentirse indefenso, es la que más me obsesiona y creo tiene una solución: ser consciente de nuestra vulnerabilidad y descubrir que somos seres interdependientes que nos necesitamos unos a otros. Por eso los personajes de mi último disco y de mi obra en general son personajes solitarios de este tipo.

Además, creo que los trato con bastante compasión. Por ejemplo, me da un poco de rabia con "Actores poco memorables" como estos personajes reconocibles y de trazo grueso de los que hablo con cariño, algunos me han dicho que hablo del típico facha y demás, y realmente no está siendo la visión del típico facha al que critico, está visto con cariño, la mirada a un tipo solitario que habla con su calcetín.

Quizá es más ácida la visión hacia los típicos progres que se arrepienten si no van a votar...

Pero es una mirada compasiva porque al final se siente un poco culpable...

Sí, pero en las conversaciones sociales es donde suelen sentirse culpables, para decírselo a los demás o buscar el perdón con ello...

Sí, sí, pero mi mirada es compasiva, que no te digo que esté exenta de cierta crítica y acidez, precisamente por eso llega a aparecer un personaje inspirado en mí.

Otra cosa que quería comentar contigo es el hecho de observar como según vamos envejeciendo, o discurriendo mejor dicho, cada vez estamos más cansados de nosotros mismos y, a la vez, aburridos de todo, una contraposición que me llama la atención. Tú, con respecto a la música, ¿es la forma en que huyes de estas amenazas?

Sí, probablemente la música sea una de las cosas que utilizo para ello. El título del disco, Resituación., el concepto es ése. Saber cambiar el foco, reaprender a ver el mundo de otra forma para no acabar cansado de ti mismo y de todo.

En la música, por ejemplo, Siempre he tratado de huir de algo que he escuchado mucho en otra gente, esto de "ya no escucho nada de rock", "ya nada me sorprende", basta con hacer el esfuerzo de resituarte para descubrir que cada vez tienes más música que no conoces, cuanto más envejeces, como decías tú, descubres más cosas que puedan emocionarte e ilusionarte de una forma como cuando tenías quince o veinte años y escuchabas música, pero para eso hay que hacer un esfuerzo diario de intentar, no sé, dejar que las cosas te emocionen, estar un poco abierto a que te entren y no encerrarte a ti mismo.

Pero, ¿cómo crees que se consigue esto? A mí a veces me dicen, "joder, es que parece que te estás obligando a hacer esto o aquello realmente". Esos empujones ¿se encuentran fuera de uno mismo o son pulsiones internas?

Depende de uno mismo, pero no veo malo obligarse a las cosas. Es verdad que esa emoción a la que apelamos está mucho más presente cuando eres más joven, más inocente. Al final, la mirada se endurece, estás más maleado, y es más difícil que las cosas te emocionen como antes. Entonces, hay que buscar obligarse. Es como cuando adquieres un compromiso con cualquier cosa de la vida con una relación, con tu trabajo, con la política. Para mi el compromiso es uno de los pilares fundamentales de la vida. Este compromiso exige hacer cosas que no querrías hacer, por eso es un compromiso, no una elección puramente personal. Esas cosas a las que te ves obligado a hacer sabes que son cosas necesarias para tener una existencia más sana y más abierta y al final que fluya más esa emoción.

Yo lo veo mucho en mis amigos que están empezando a tener hijos, es un compromiso muy radical, tomas conciencia de que tienes que desplazar la mirada de tu ombligo hacia otra persona. Nadie quiere cambiar pañales, pero lo haces por algo mucho más importante que tu insignificante existencia. Esta pulsión del compromiso la tenemos dentro, pero necesitamos que se proyecte hacia fuera para que otra mucha gente te agregue en ello. En el trabajo pasa lo mismo, que todo el mundo esté ilusionado para lo mismo, para que las cosas salgan bien.

Hablábamos antes de conciencia. Vamos a hablar ahora de consciencia. ¿Somos conscientes del mundo en que vivimos? Por desgracia en el día a día uno se encuentra con gente que tiene una inconsciencia completa de lo que está pasando, los típicos de "mientras sea a mi vecino al que le pase y no a mí"...

Absolutamente, sí, sí. Pero esto también se adquiere. A veces no sé cuál es el límite entre la consciencia y la conciencia. El discurso de "los seres humanos somos así", ese determinismo de toda va a ocurrir porque tiene que ocurrir me lo he encontrado mucho. Pero si alguien adquiere consciencia, es muy difícil que emprenda el camino de vuelta a la inconsciencia. Hay gente que parece que mira de recelo cuando alguien de repente adquiere esa consciencia como diciendo "mira, ahora que le tocan lo suyo, se da cuenta", pero bueno, si sucede esto, no está mal porque, de verdad, ya te digo que es difícil el camino de vuelta.

En otro orden de cosas, me gustaría saber si vas a participar en el nuevo trabajo de Xel Pereda con Lucas 15 y también cómo quedó en esta ocasión fuera de la Trama Asturiana que te acompaña musicalmente en tu nuevo disco.

Sí, la semana pasada presentamos en Gijón los nuevos temas. Cuando dejamos de tocar tras la gira de 2012, creo que Xel también acabó un poco agotado como yo. Él quería centrarse en el disco de Lucas 15 justo cuando yo quería arrancar con el nuevo y amistosamente dijimos "cada uno a lo suyo". Encontré a Joseba por suerte que es tan buen músico como él, con un estilo distinto, pero igual. Xel está grabando todo él para Lucas 15, salvo algunos arreglos de cuerda, y yo creo que cantaré en unos tres temas.

Quería comentarte también que aprecio en tu obra cómo paulatinamente el espesor dramático más formal, ha dado paso a otro espesor en el contenido universal y en la gravedad de la situación colectiva, en el problema social resumido en que estamos hechos polvo todos.

La verdad es que sí. Me lo dicen mucho. Incluso con críticas algo negativas en cuanto a la simplificación musical. Fui desplazando en las letras el hecho de que partieran todas del yo un poco al nosotros, a utilizar más la tercera persona lo que permitía quitar las capas de gravedad a las canciones, las melodías son menos retorcidas...

Es como si hubiera habido una transmutación del yo-individuo al yo-mundo...

Sí, ya a partir del segundo disco, desde los sentimientos íntimos y dolorosos ya pretendí que mi yo estuviera más en contacto con el mundo real siendo algo catártico. Las personas que surgen en mis discos viven en un mundo muy real. Nunca me interesó el amor en el sentido puramente romántico o las canciones escapistas, que me gustan mucho, pero yo nunca las cultivé, siempre he necesitado que la primera persona estuviera muy en contacto con la realidad.

"Actores pocos memorables", perfiles grises en un mundo turbio.

viernes, 14 de marzo de 2014

Ensayo sobre el silencio.


"Vine a traducir el silencio de nuestra vida para pasarlo a limpio, 
antes de que la sordera de la soledad lo convirtiera en mudo".

Mi última entrada en el blog hablaba sobre la soledad. Ésta se la dedicaré a la forma predilecta en que muerde: el silencio. Creo que se encuentran emparentados, son confidentes la una del otro; tanto que, a través de las formas de interacción social actualmente en boga, no somos más que soledad y silencio amplificados.

El silencio es algo que tarda en valorarse en nuestras vidas, invadidas por el ruido y la algarabía desde que somos pequeños. Ocurre más aún cuando es ajeno; respetarlo en estos casos es un signo de aprecio y de comprensión fundamentales, si bien es imposible sin haber aprendido antes a hacerlo con el nuestro. Pero una cosa es evidente: valorar el silencio es crecer como persona. Paladear todos y cada uno de los matices con los que cuenta su uso y disfrute, es un placer en sí mismo y todo un arte saberlo manejar.

Erróneamente, se piensa en él únicamente como un indicador de aislamiento. Esta consideración me parece limitada e incompleta. Compartirlo puede convertirse en la forma de comunicación más penetrante: el silencio cómplice tiene un encanto que causa tremendo reparo romper, es un inmenso arco que abarca desde lo más sublime a lo más descorazonador.

Al hilo de esta reflexión, no puedo dejar de lado mencionar una de las letras más bellas jamás escritas con respecto a ello, la de la canción "The loudest sound" de The Cure: un niño y una niña sentados uno junto al otro, compartiendo el sonido más pesado, el del silencio, curiosamente pertrechado por una distancia emocional infranqueable, conmovedor afecto silencioso en un mundo con tanto ruido:

Side by side in silence
They pass away the day
So comfortable, so habitual...
And so nothing left to say

Nothing left to say
Nothing left to say

Side by side in silence
His thoughts echo round
He looks up at the sky...
She looks down at the ground

Stares down at the ground
Stares down at the ground

Side by side in silence
They wish for different worlds
She dreams him as a boy...
And he loves her as a girl

Loves her as a girl...

And side by side in silence
Without a single word...

It's the loudest sound
It's the loudest sound...

It's the loudest sound I ever heard

Existe una asociación muy fuerte y curiosa entre el sonido y el silencio. De hecho, creo que son del todo complementarios y logramos apreciar al uno por la saturación causada por el otro. Como sonido más superlativo a la hora de plasmar emociones, al menos en mi caso, está la música. Pues bien, el silencio sería la puerta de salida de ella. Tanto es así que, por ejemplo, la capacidad evocadora de escuchar canciones nos hace despertar la nostalgia y nos retrotrae a recuerdos dormidos en el lecho de la memoria para desvanecerse, finalmente, en forma de silencio. Para terminar mi inevitable referencia a la música, diré que compartir una canción en silencio es lo más cerca que estaremos nunca de entender a otro corazón.

No toca hablar de lo imprescindible que me parece el uso acertado, creativo y sugestivo del silencio en cualquier arte, pero, al menos, quiero dejar constancia de lo imprescindible que me resulta su tratamiento en este ámbito. Puesto a elegir uno, sin duda alguna me quedaría con el logrado por David Lynch y su capacidad expresiva sin límite.

Por tanto, el silencio es una forma de comunicación, habla y dice mucho de nosotros; nadie duda de que un simple gesto visual complementado por un tremendo silencio puede ser el mayor grito de socorro, de deseo o de tristeza. Igualmente, la respuesta más demoledora ante una pregunta, es el aplomo del silencio y el mejor contra-argumento ante los estúpidos, una mirada fija de escepticismo máximo, directa a los ojos y en completo silencio. Su capacidad visual se completa y evidencia considerando que nada nos hace sentirnos más observados que el silencio; de igual manera, todo lo que abandonamos nos vigila silenciosamente desde algún lugar inhóspito de nuestro pensamiento.

Su capacidad indicadora de determinados hechos es del todo contundente y meridiana: ante la inexactitud de la palabra, se levanta la certeza del silencio. Mismamente, a la hora de tomar una decisión o de sufrir un cambio, los más profundos y auténticos, lejos de ser proclamados a los cuatro vientos, ocurren a su amparo.

Su carácter delator es evidente, tanto que la letra pequeña de las personas se escribe en su silencio. Es acompañante cetrino de la quietud que invade tu espacio, tramando siempre algo. Y si comentaba su, digamos, cara más amable, también cuenta con su cara más demoledora, evidentemente. Tanto que su preponderancia dentro de una vida es, en sí misma, una forma de suicidio. Delata cansancio de vivir, mal disimulado por la propia expresión silenciosa. En estos casos, los presidios cotidianos en cada uno de los ámbitos en los que nos movemos, desde el más público hasta el más íntimo, se correlacionan con dicha expresión. En nuestras inevitables relaciones sociales, es todo un gesto respetar el silencio antes de caer en esas conversaciones agotadoras acerca de lugares comunes, transitadas hasta la nausea; y, por otro lado, en el aspecto más privado, si las camas hablaran, lo harían de cómo el placer se hizo silencio.

En la interacción humana, el silencio da para casos curiosos e irónicos, como el hecho de que haya personas que hasta cuando hablan expresan silencio; o bien, que haya muchas que resulten más inteligentes en silencio disimulando su torpeza existencial.

Sufrir en silencio y quejarnos a gritos es el contradictorio estigma de estos tiempos. Pero, de cualquier forma, el fastuoso edificio que construye la falta de ruido, invita a recorrer sus angostos pasillos y perdernos en sus cámaras intrincadas, de múltiples significados y estados emocionales. Recorrerlo es un viaje inevitable y fascinante hasta terminar en el último silencio ineludible: la muerte.

viernes, 28 de febrero de 2014

Ensayo sobre la soledad.

"soledad es escribir con el dedo en las ventanas y que nadie lo lea,
soledad es un espejo sin reflejo".


Nada nos acompaña con más fidelidad que la soledad. Éste pretende ser un breve retablo sobre el que trazar las pinceladas de su extraña concomitancia, aquella con la mirada más penetrante.

Llega un día en el que descubrimos que la soledad es, asombrosamente, independiente del número de personas que tengamos a nuestro lado. La soledad vocacional es un arraigo, no nos abandona ni estando acompañados. Tiene la facultad de convertir el silencio en mudo; de hecho, somos poco más que soledad y silencio amplificados al intentar comunicarnos con nuestro entorno en cualquiera de sus formas; cuenta con la facultad de unir distancias y, curiosamente, es la única enfermedad que se transmite a través de ellas.

Su travesura es tal, que no cesa de jugar con nosotros cortejándonos. Muchas veces duele y es inapreciable: la soledad de verdad, profunda e incisiva es la que produce no poder compartir las angustias que nos remueven por dentro con nadie. Al menos, afortunadamente, es capaz de distinguir el trato entre los que quieren estar solos y los que merecen estarlo; No hay mayor privilegio que la soledad voluntaria, ni mayor condena que la soledad forzosa. Duele mucho reconocer que ésta última es muchas veces una consecuencia del egoísmo.

Podríamos hablar de que, cuando es ganada a pulso, es también un acto de justicia. Es más, me atrevería a decir que, salvo en los casos de exclusión social, la soledad es casi siempre merecida. En cualquier caso, deberíamos ser capaces de llevarla con dignidad sea del tipo que sea. 

En ocasiones, se convierte en la anestesia del que está perdido, del que sólo sabe zurcir recuerdos en la piel de un presente donde no hace pie, del que ha dejado habitar al parásito de la ausencia dentro de ella. Somos tan bobos que pensamos que nos sienta bonita incluso.

También es una forma de llamar la atención en sí, el grito de socorro más intenso, una exclamación de afecto silenciado. Y, si logramos que alguien acuda al rescate, una y otra vez, y venga quien venga, el poso que nos queda dentro, finalmente, es la terrible soledad de uno mismo. Aunque, irónicamente, pienso que todo el que es capaz de hablar sobre la soledad, no está del todo solo. Para él es un capricho sibarita. En estos casos, es una filia para poner en común, una relación en constante crepúsculo que amplifica así su efecto devastador.

Si pensamos en ella como condena, Los dos tipos de personas sentenciadas a la soledad son, principalmente, los que no saben querer y los que no se dejan querer. Detesto, con especial deleite, los casos de orgullo en los que no se acepta la soledad en que uno vive, o a los resentidos que la valoran por el mero hecho de no saber estar con nadie. Son tan necios de no darse cuenta de que es la cosa que menos sabe pasar desapercibida.

Nadie duda de que, en la sociedad actual, compartir la soledad en cualquiera de sus modos, es el modelo de relación afectiva que se impondrá definitivamente. Eso se evidencia de forma terrible a través de internet; tal es así, que, cada vez que dejamos un apunte sobre nuestra vida personal por las redes sociales o por otra forma de comunicación virtual, la soledad y el aislamiento ganan una nueva batalla. 

Este espíritu de los tiempos se plasma con vértigo y ostentosa evidencia mucho más en la gran ciudad, convirtiéndola en la enfermedad urbana más letal: arrojar un mensaje en una botella por la taza del váter sería la metáfora de cualquier forma de comunicación, de todo intento estéril de acabar con la soledad a través de este ecosistema artificial.

Bienvenidos a la gran fiesta de la soledad globalizada.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Russian Circles: Memorial, Mi disco del año 2013.


El año 2013 será recordado para mí como uno de los más endebles musicalmente. Sin embargo, algunas obras como la que me ocupa, permiten confiar ciegamente en la posibilidad de sorprendernos aún con algo, el mayor atisbo de seguir vivos.

(Escrito originariamente para Muzikalia).

Para los amantes del rock instrumental en cualquiera de sus vertientes, Memorial (13), el último trabajo de Russian Circles, ha sido uno de los acontecimientos del año. Perfilando disco a disco su sonido, alejándose paulatinamente de la parte más metálica -sin perder por ello intensidad- y ganando en matices y atmósferas -sin resultar arquetípicos y con una fuerte personalidad labrada-, su quinto largo se me antoja su cénit.

Tras el reciente buen sabor de boca dejado por Empros (11), Memorial asienta sus bases en la emoción pura. Consigue trascender al propio sonido gracias a temas que logran llegar a la fibra, más allá de su elaborada concepción. Se me antoja un sustituto antológico de lo que fue Panopticon (04), obra cumbre, en mi opinión, de los añorados Isis.

A medio camino entre el sludge-metal atmosférico y el post-rock, en esa encrucijada que tan buenos resultados da si la inspiración y la verdad están detrás de las composiciones, es donde asienta sus bases Russian Circles en esta ocasión. Un trabajo podríamos decir conceptual, que se abre y se cierra con las acústicas "Memoriam" /"Memorial" -ésta última con la colaboración de Chelsea Wolf- y que nos brinda en su recorrido gemas impagables.

"Deficit" es el tema más duro, con unos riffs absolutamente demoledores, desde aquí se subraya el sobresaliente trabajo de Dave Turncrantz a la batería: simplemente de otro planeta. "1777" es uno de mis temas favoritos, virando hacia el post rock, pero con una densidad y oscuridad capaces de trascender etiquetas: intensa y emotiva.

El reposo tenso de "Cheyenne" me recuerda en sus texturas e intenciones a los logros conseguidos por nuestros admirados Toundra en III (12), y la contenida abrasión de "Burial" da paso a "Ethel", cuatro minutos inmortales para cada corazón que llegue a escucharlos. Directamente un hito, algo que muy pocas bandas podrán hacer en su vida. Pelos de punta, emoción directa, que traspasa, que revienta dentro tuyo y te desarma, inmovilizándote, como todo aquello que trasciende a la mediocridad lacerante cotidiana. "Lebaron" vuelve a sonar rotunda y afilada, ya como anticipo del cierre comentado.

Russian Circles alcanza con Memorial la categoría de primeros espadas dentro de un género capaz de lo mejor y lo peor. Su próximo envite quizá les lleve a ponerse la corona de reyes indiscutibles.

1777: Evocar sin evaluar la posterior caída libre.